El vaho de fritura y humo le resultó familiar al viejo cuando entró en el parador de Manantiales. Lo hizo con movimientos lentos y se sentó en una mesa junto a la ventana de vidrios sucios, acomodando cuidadosamente el bolso gastado en la silla de al lado. Refregándose las manos para mitigar el frío esperó que llegara hasta él el hombre que había salido de atrás del mostrador. A medida que caminaba iba repasando las mesas con un trapo rejilla que dudosamente limpiara algo, se paró al lado del viejo y sin pronunciar palabra esperó el pedido.